En resumen, describir desde fuera y desde arriba la desigualdad y la igualdad, supone una espectacularización de nuestras vidas y nuestros deseos. Los vemos desde la butaca. Consentimos por la sensación de recibir algo a cambio, que es que nos digan lo que pasa, así como ser destinatarios-as de políticas públicas. A nivel de creencias, nos encontramos entonces con la idea de que la des-igualdad es una cuestión que atañe a las instituciones y a lo normativo, y no a las personas ni a sus prácticas cotidianas, en la medida en la que a través de ellas se re-cree la cultura. Tirar fuera la responsabilidad/ posibilidad de cambio social deja maniatadas las oportunidades de dirigirlo desde las vivencias cotidianas, pero hace también que el marco legal favorable, así como otras formas aparentes de igualdad, den la sensación de que el trabajo ya está hecho; que hombres y mujeres tenemos la misma posición estructural, las mismas relaciones con respecto al capital y a la definición del mismo en todos los campos sociales.
(…) Así, la “libertad del deseo”, esto es, la sensación de que podemos elegir entre las igualdades que nos ofrecen en los escaparates oficiales, consiste en la ficción de que nos movemos hacia un fin; tener trabajo, tenerlo en buenas condiciones, estar liberada, ser independiente, ser jefa, ministra, estrella de cine o reina mundial. Movimientos ilusorios, al menos por dos motivos: por un lado, el doble juego de “las creencias y los valores que hacen deseable una determinada manera de ser hombre [ser mujer] aunque tornan escasos los medios requeridos para alcanzar estas metas de socialización” (Mandly, 1996:99). Por otro, la igualdad dentro de la desigualad, es una forma de marketing que nos despista y nos hace pensar que mientras que algunas sean un poco más iguales, todo está yendo bien.
Así, “el consumidor interioriza en el mismo acto de consumo, la instancia social y sus normas” (Braudillard, [1968] 1990:199), de manera que cuando deseamos que las mujeres seamos iguales a los hombres, estamos asumiendo el patriarcado desde el capitalismo, como si fueran sistemas distintos, o como si fuera posible “articular desde una estructura desigual la superación de la desigualdad misma” (Zurita, 2008:107).
Con todo lo dicho, nos movemos entre dos certezas: es tan necesario que las mujeres tengamos acceso a los recursos, como replantearnos el significado de los mismos. ¿Es posible la síntesis entre estas dos posturas? Pensamos que sí, que se puede plantear líneas paralelas, de manera que no sólo no son excluyentes, sino que se refuerzan.
Esta etnografía se propone desde otro enfoque, respondiendo en principio a dos inquietudes: la primera, revisar los sentidos emitidos desde las instancias oficiales sobre palabras como participación, trabajo, necesidades sociales, bienestar social, salud, educación, conocimiento, cultura, creación, arte, desarrollo, igualdad, etc., y renombrarlos desde las personas a las que se dirigen las políticas, en este caso de “Igualdad”. Con ello ubicamos el enfoque desde el cual vamos a trabajar desde el interior de las experiencias vividas, para, desde ahí, apropiarnos como sujetos y dirigir los cambios sociales.
La segunda, prestar atención no tanto a lo cuantitativo, es decir, a la cantidad de mujeres que se sitúan en posiciones más privilegiadas dentro de las jerarquías sociales, económicas, políticas, culturales, simbólicas, sino al cuestionamiento de la propia existencia de las jerarquías sociales y de valores, así como de cualquier relación de dominación, pensando que “el poder se ejerce desde innumerables puntos” (Foucault, [1977] 2009:99).
Cap 3. Experiencias
Teatro del Oprimido e Igualdad de Género
Planteamiento sobre la Igualdad desde el Enfoque Participativo
«Actuando en el Templo de Vesta. Teatro Social, Teatro de lxs Oprimidos, Teatro Foro» Patricia Trujillo López. Ed. Neret, Barcelona 2018 (2ª Ed.)